Conjunto de creencias que tiene una persona, las cuales sirven como filtro a la hora de interpretar el mundo que nos rodea.
Cosmovisión no médica de la cultura azteca
A ello hay que agregar la explicación que dan acerca del origen de todo lo creado, lo cual nos lleva al terreno de los mitos. En el caso de Mesoamérica, antiguos mitos relatan cómo los dioses formaron la estructura universal. Si atendemos a lo que nos dice la Historia de los mexicanos por sus pinturas, un documento del siglo XVI, veremos que fue por la acción de una pareja primordial que todo se creó. Dice así el relato:
Pasados seiscientos años del nacimiento de los cuatro dioses hermanos, hijos de Tonacatecuhtli, se juntaron todos y dijeron que era bien que ordenasen lo que habían de hacer, y la ley que habían de tener, y todos cometieron a Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, que ellos dos lo ordenasen, y estos dos, por comisión y parecer de los otros dos, hicieron luego el fuego, y hecho, hicieron medio Sol, el cual por no ser entero no relumbraba mucho sino poco. Luego hicieron a un hombre y a una mujer: el hombre dijeron Oxomoco y a ella Cipactónal, y mandáronles que labrasen la tierra, y que ella hilase y tejiese, y que de ellos nacerían los macehuales, y que no holgasen sino que siempre trabajasen, y a ellos les dieron los dioses ciertos granos de maíz, para que con ellos ella curase y usase de adivinanzas y hechicerías, y así lo usan hoy día en hacer las mujeres. Luego hicieron los días y los partieron en meses, dando a cada mes veinte días, y así tenían diez y ocho, y trescientos y sesenta días en el año, como se dirá adelante. Hicieron luego a Mictlantecuhtli y a Mictecacíhuatl, marido y mujer, y éstos eran dioses del infierno, y los pusieron en él; y luego crearon los cielos, allende del treceno, y hicieron el agua, y en ella criaron a un peje grande que se dice Cipactli, que es como caimán, y deste peje hicieron la tierra…
Nos interesa de manera particular la última parte del relato, en la que leemos cómo crearon el calendario de dieciocho meses de veinte días cada uno, lo que da un total de 360 días, a los que hay que agregar cinco días aciagos. El calendario se estructura a partir de la observación de la naturaleza; así, el cambio de una temporada de lluvias y otra de secas, el movimiento solar a lo largo del año, etcétera, van a dar pie para establecer los meses y los rituales dedicados a los dioses correspondientes.
Por otra parte, en Mesoamérica se consideraba que habían existido cinco edades o soles. Cada uno de estos soles había sido destruido por la lucha entre los dioses, entre Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, que trataban, en cada nuevo Sol y de manera alternada, de crear al género humano y de dotarlo de alimento; sin embargo, no lograban formar al hombre deseado y todo era destruido. Según la Leyenda de los Soles, manuscrito en nahua de 1558, el primer Sol fue el 4 Tigre, y los primeros seres fueron devorados por jaguares; el segundo Sol fue el 4 Viento, y este elemento los destruyó; el tercero fue 4 Lluvia y los seres fueron destruidos por lluvia de fuego; el cuarto fue 4 Agua y todos murieron ahogados. El quinto Sol surgió, finalmente, en Teotihuacan. Ahí se reunieron los dioses y crearon el Sol, que se movió gracias al sacrificio de los dioses. Correspondió a Quetzalcóatl crear al hombre y dotarlo de maíz como alimento, el cual robó del Tonacatépetl o cerro en donde se guardaban los mantenimientos.
El inframundo se contaba a partir de la tierra hacia abajo y estaba constituido por nueve escaños. Tanto Sahagún como el Códice Vaticano A registran estos lugares. Para el franciscano, el primer paso era atravesar por dos cerros que chocan entre sí; después venía el lugar de la culebra que guarda el camino, el lugar de la lagartija verde; luego había que atravesar ocho páramos y ocho collados; pasar el viento frío de navajas; cruzar el río Chiconahuapan y, finalmente, llegar al Mictlan. Otra versión nos habla de la tierra, en donde se coloca el cadáver que será devorado por Tlaltecuhtli, señor de la tierra. De ahí hay que atravesar un río; el lugar de los cerros; cruzar el cerro de obsidiana; el sitio donde tremolan las banderas; el lugar donde se flecha a la gente; el lugar donde se comen los corazones; el lugar de la obsidiana de los muertos, y por último el lugar sin orificio para el humo, que es una de las versiones del Mictlan, el más profundo de los inframundos, en donde habita la pareja de Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl, señores del lugar de los muertos.
De esta manera, la estructura del universo, en sentido vertical, estaba constituida por estos tres niveles: cielos, tierra e inframundo. A la vez, en sentido horizontal estaban los cuatro rumbos del universo, cada uno de ellos regido por un dios y asociado a un color (hay varias versiones de ellos), un glifo, un árbol y un ave. El Códice Fejérváry-Mayer nos muestra una lámina en la que vemos cómo el dios viejo, señor del fuego y del año, Xiuhtecuhtli, se encuentra en el centro. Con su sabiduría, este dios guarda el equilibrio universal ante la actitud beligerante de los dioses que ocupan los cuatro extremos del universo. El rumbo norte estaba regido por el Tezcatlipoca negro y su símbolo era el técpatl o cuchillo de sacrificios; este rumbo se conocía como Mictlampa, o lugar de los muertos y del frío, y se vinculaba a lo seco y a lo árido. En contraposición, al rumbo del sur lo regía el Tezcatlipoca azul, que algunos autores identifican con Huitzilopochtli. Su glifo era el conejo y se le consideraba como el lugar de la abundancia; se le denominaba Huitztlampa, o lugar del sacrificio con espinas. El oriente lo presidía el Tezcatlipoca rojo, identificado como Xipe Tótec, cuyo símbolo era la caña; se decía que este era el rumbo masculino del universo; por ahí salía el Sol diariamente para alumbrar el mundo de los hombres; iba acompañado por los guerreros muertos en combate o en sacrificio, a quienes se les deparaba seguir al Sol desde su nacimiento hasta el mediodía. El poniente estaba regido por Quetzalcóatl. Su color era el blanco y su glifo calli o casa; se asociaba a las mujeres y por ende era el rumbo femenino del universo, por lo que se le conocía como Cihuatlampa. A partir del mediodía hasta el atardecer, las mujeres muertas en el parto acompañaban al Sol, pues el trance de dar a luz se consideraba como un combate. A estas mujeres se les conocía con el nombre de mocihuaquetzque, o mujer valiente; también se les nombraba cihuateteo, o mujeres diosas. De esta manera, cada rumbo del universo formaba una dualidad con su contraparte: seco y árido-abundancia y masculino-femenino.
Ahora bien, toda esta concepción universal estaba expresada, como se dijo, en el recinto sagrado de Tenochtitlan. En términos generales, el recinto guardaba una disposición oriente-poniente, obedeciendo al recorrido del Sol. En sus diferentes edificios se llevaban a cabo varias ceremonias, según la deidad a la que estuvieran dedicados. El calendario ritual abarcaba todo el año, y cronistas como Sahagún y Durán, entre otros, nos han dejado pormenores de las ceremonias que se celebraban mes a mes.
Cosmovisión médica desde la cultura maya
Al igual que la escritura y lectura de códices, también los conocimientos médicos más profundos estaban en manos de los sacerdotes. Dentro de la clase sacerdotal había diferentes jerarquías: en la cúspide estaba el Ahau can -en algunos casos Ah kin- el Señor Serpiente, símbolo del poder. Era una figura muy representativa, prácticamente emblemática; una especie de manifestación del dios solar en el mundo. Seguían, en orden de importancia, los chilames, los profetas-adivinos que sabían interpretar los libros sagrados y los fenómenos astronómicos. A continuación estaban los h'menes o chamanes, que fungían como médicos-hechiceros y estaban muy cerca de la gente: eran propiamente los médicos que atendían al pueblo maya. Por otra parte, los nacomes eran los sacrificadores que extirpaban corazones, y los chaacoob, sus asistentes.
El documento más importante de la literatura médica de la cultura maya es El Ritual de los Bacabes, el cual recupera numerosos conocimientos médicos prehispánicos que lograron conservarse prácticamente sin alteraciones durante el periodo colonial gracias a que se utilizó en ellos un sociolecto privativo de la clase sacerdotal -un lenguaje codificado en el que se apela a las fuerzas cósmicas, se eligen los días favorables para las curas, ritos y tratamientos, y se despliega un amplio conocimiento de botánica y medicina. Cabe destacar que también en los códices Dresde y Madrid se hace una amplia referencia a diversas enfermedades y calamidades perfectamente calendarizadas, todas ellas aparecían ligadas a la presencia de su protectora, la diosa lunar Ixchel: patrona de la medicina, del parto y de la adivinación. Asimismo, en los libros del Chilam Balam (en especial los de Káua, Ixil, Tekax y Nah) se hace referencia a calamidades y curaciones; enfermedades y plantas curativas.
Este conocimiento se recuperó en la época colonial gracias a la labor de misioneros, frailes y cronistas quienes, desde luego, no lo hubieran logrado sin la ayuda de sus informantes mayas. Una figura clave en este sentido es Diego de Landa, porque a pesar de haber mandado quemar durante un gran auto de fe diversos documentos que seguramente hubieran sido áltamente reveladores, logró recopilar, paralelamente, valiosos conocimientos de la cultura maya en su Relación de las cosas de Yucatán, una referencia obligada para quien desea acercarse al estudio de esta cultura. En dicho texto, Landa hace descripciones de suma importancia para comprender, entre muchas otras cosas, el gran desarrollo que alcanzó la medicina maya.
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